sábado, 11 de abril de 2020

Con una copla

Si hoy a estas horas van 16.480, mañana entre el montón más de números que aparecerán en las noticias ahí estará mi abuela, la Marga. Joder, con lo dura y recia que ha sido siempre se la ha tenido que llevar el bicho. Ahora justo que no tenía una mano en la que agarrarse. Y yo estoy en casa, pensando en qué tipo de forma indigna es esta de morirse.
He tratado de buscar en the wayback machine, un post que escribí en mi antiguo blog sobre ella, pero no he logrado encontrarlo, me apetecía mucho leer como la quería y lo que significaba entonces para mi. Ahora las cosas habían cambiado, mi abuela ha sido muy cojonuda y eso nos hizo distanciarnos mucho y yo querer deshacerme de esos vínculos de los que habla un poco Vivian Gornik en apegos feroces. 
Justo ahora con toda esta movida, yo había pensado, "en cuanto pase esta historia voy a verla y le presento a A". Y ahora se va y yo me quedo con la culpa, y los reproches, sin saber si voy a ser capaz de tratarme bien, de tratarme como no me han enseñado a hacerlo. Porque yo como todas lo hice lo mejor que pude. 
Mi abuela vivió la guerra, a mi me flipaba oírla contar las historias. Aun así en esos tiempos cataba el chocolate, y me decía que su abuela que la había querido más que su madre le decía que "había que condurarlo". La verdad que no me imagino a mi abuela disfrutando el chocolate. Mi abuela llegó a Madrid, su amiga Luz Divina se sacó unos billetes del sujetador y se los prestó para poder pagar la entrada del piso en la periferia madrileña al que se mudaron cuando cerraron la central nuclear donde trabajaba mi abuelo. La Luz Divina fue la misma que se abrazó al celador emocionada cuando yo nací y le dijo que había sido una niña. Otra de sus mejores amigas era la Lali, que perdió al marido embarazada del tercer hijo y con 25 años. Mi abuela perdió a su hombre, como ella lo llamaba, en el 87, llevó un luto larguísimo, nunca se quitó su alianza y se cabreaba si algún hombre le hablaba o le insinuaba algo. Ella solo vivió para su hombre. Con la Pili hablaban a través de la reja del patio, entre las coladas sin pudor ninguno. 
Mi abuela no necesitaba liendrera, cuando se rumoreaba que había piojos, sacaba el vinagre de paseo y me dejaba apestando y revisaba mechón por mechón de mi cabeza pegándome unos buenos tirones. Nos gustaba mucho dormir juntas. Sobretodo cuando vi Carrie en su casa con 8 o 9 años y tuvimos que ver después un buen rato informe semanal para recuperarnos del susto y que se nos olvidase. En invierno nos poníamos con el brasero de picón, y yo siempre tenía mucho miedo de que nos fuésemos a morir intoxicadas las dos solas en esa casa. Me repetía una y otra vez para que nunca lo olvidase que mi abuelo me decía acariciándome "qué espaldita, qué espaldiiiita".
Cuando iba a la piscina del pueblo con las amigas me mandaba el bocata envuelto en el papel donde le daban el fiambre en el mercado, nada de papel albal, mi abuela si que era zero waste, la leche bendita, qué vergüenza me daba ir "con esos apaños". 
Pasamos mucho tiempo juntas, cuando estaba estudiando me traía naranjas peladas y jamón serrano. El jamón serrano, para ella que había vivido la guerra, lo curaba todo, si te ponías mala, come mucho jamón que el jamón es muy bueno. 
Os había dicho ya que era cojonuda, no? La primera vez que vio el mar, fue en Peníscola, íbamos en el coche y conducía mi padre, le impresionó tanto que pegó tal grito que casi tenemos un accidente porque mi padre pensó que pasaba algo. Pero imagina como debe ser ver el mar por primera vez con 62 años si vienes de extremadura. En esas mismas vacaciones se cabreó con mi padre y se fue sola a la playa, y se quedó un montón de horas, y volvió roja como un tomate. La virgen santa, como se puso.
Siempre me cantaba en versión nana esa que decía "qué bonita que es mi niña, qué bonita cuando duerme,  que parece una amapola entre los trigales verdes" y que cantaba Juanita Reina. 
Me hacía las coletas perfectas con un peine mojado, yo me veía feísima, pero apreciaba muchísimo esa maña que se daba para dejarme la coleta sin un huevo y como iba mojando el peine en el agua a cada pasada que a mi me parecía peluquera. Me hacía las lazadas con lana gorda y a mi me encantaban. En el pueblo, me sacaba un colchón de lana al patio y dormíamos al aire libre. La recuerdo refrescando el patio con un cubo de agua y como salía el calor de esos veranos extremeños. También recuerdo esas noches a la fresca, con las sillas en la calle charlando con las vecinas. Una vez persiguió a mi primo con una estaca porque mi primo se inventó que había matado a un perro con ella, era cojonuda pero tenía un sentido de la justicia tremendo, y un estacazo al menos si que se merecía el cabroncete.
Nos juntábamos mi madre, ella y yo para hacer rosquillas y canutillos. Hacíamos una tonelada para toda la familia. Me flipaba ese trabajo en cadena de las tres generaciones de mujeres de la familia. 
Con setenta y pico años se puso sus primeros pantalones. Tenía unos ojos verdes claros claros como las playas del paraíso, y nadie heredó sus ojos. 
Mi abuela fue militante socialista, y al lado de mi foto en el salón tenía la de Felipe Gonzalez, que al parecer le parecía guapísimo. Me regaló un cuento que no encuentro y que me gustaría recuperar que se llama "Qué descubre la Atlantida". Qué era una hormiga. Mi abuela fue muy trabajadora, tuvo 3 hijos y al parecer perdió a unas gemelas, pero sinceramente no sé mucho de esa historia porque es una de esas historias tabúes de las que no se habla mucho. Mi abuela era analfabeta, pero ya de bien mayor, se metió en la escuela de adultos porque quería aprender a escribir, yo le llevaba cuadernillos rubio y los hacíamos juntas. Ella siempre me decía que estudiase, que estudiase, que me dejase de novios y que estudiase, y que en la universidad ni en el trabajo hablase de política. Consiguió dejar de firmar con una X y firmar con una M mayúscula. Mi abuela sí que fue una hormiga, y aunque no descubrió la Atlantida, llegó a Peñíscola a ver el mar.
Como una señal, pasó algo bastante raro tan solo un par de días antes de irse. Cuando se fue de su casa a la residencia, me dejó al cargo de un naranjo que nunca dio una sola flor y evidentemente ninguna naranja. Yo me lo llevé a mi casa y lo cuide durante todos estos años aunque no parecía crecer, pero seguía regándolo y echándole cosas a ver si arrancaba. El verano pasado se secó definitivamente, pero me daba pena quitarlo de la maceta, y ahí ha estado todo este tiempo. Pero justo estos días de confinamiento, decidí ya sacarlo de la maceta y plantar semillas de Margaritas. Es una maceta bastante grande para plantar flores, pero algo me llevó a echar las semillas de Margaritas. Mi madre también se casó con un ramo de margaritas salvajes en honor a la suya, a la Marga. 
Cuando nuestro vínculo empezó a herir y a fatigar yo decidí alejarme, el orgullo se ha ido transmitiendo genéticamente de generación en generación y es algo que yo necesito cortar para la siguiente y me lo propongo muy fuerte. Ahora sé que detrás de la ira, casi siempre se esconde el miedo, el miedo a estar solo, el miedo a que no te quieran, el miedo a que no te cuiden. Pero eso lo sé ahora. Aunque me gustaría haberlo sabido antes. Gracias abuela, porque me has enseñado infinito.