domingo, 26 de enero de 2014

¡Éxtasis! ¿Dónde está la oficina de telégrafos?

Cuando eras pequeña, a veces te quedabas mirando una piedra durante 15 minutos seguidos sin hacer nada más que eso. Los cinco sentidos puestos en la piedra, en su tacto, en sus líquenes, en su temperatura...A mi a veces me entraba hasta sueño. Tengo muy buen recuerdo de las mañanas de invierno de mi infancia, porque casi siempre estábamos en el campo. Haciendo ceniceros de barro, dando de comer a las gallinas, sentada en el suelo con un chándal viejo mientras mis abuelos araban, o regaban, mientras mi padre arreglaba cosas...y nosotros estábamos siempre rondando por ahí, a veces jugábamos a las casas en una especie de choza que habíamos hecho en un olivo, otras nos íbamos por un camino lleno de juncos entre los que desaparecíamos...pero lo que más recuerdo es la sensación de estar tranquila, más que tranquila la palabra quizás podría ser "embobada". Recuerdo por ejemplo, sentarme al borde de la piscina sucia durante horas y mirar los renacuajos y demás bichitos nadando en el agua verde, sin hacer otra cosa y no sentir aburrimiento. Los niños de ahora me da la sensación que si no tienen a mano el ipad son una bomba de relojería a punto de ponerse a gritar de aburrimiento.

No había pensado hasta ahora en este hecho concreto, pero de repente hoy he echado de menos esa sensación en la vida adulta. Supongo que las prisas, el ir siempre corriendo, y las millones de listas pretenciosas de cosas que queremos hacer, como si con ellas fuésemos a cambiar el mundo, o como si hubiese alguna necesidad de hacerlas, no nos dejan tiempo a veces para echar de menos estar empanada una mañana de invierno con mucho sol como la de hoy.
Así que me he ido sola a lo más parecido al campo al que puedo llegar si camino un ratito, y me he pasado unas cuantas horas con el sol en la cara, mientras leía a ratos, mientras me despistaba con un perro que se subía a un árbol como si fuese un gato, mientras miraba esos pinos viejos que seguirán estando ahí cuando me muera. Y dará igual. Dará igual lo que haya hecho de mis listas, o lo que haya aprendido. Y de repente ha aparecido este párrafo ante mi que describe bastante bien lo que estaba pensando en ese momento:

"Un barco de juguete, un barco de juguete, un barco de juguete", repetía, obligándose de ese modo a reconocer que lo que importa no son los artículos de Nick Greene sobre John Donne, ni la jornada de ocho horas ni los convenios ni las leyes de las fábricas, sino algo súbito, violento:algo que cueste una vida; rojo, azul, morado; un arrebato; un chapuzón; como esos jacintos (acababa de pasar junto a un hermoso macizo); libre de contaminación, dependencia, mancha de humanidad o preocupación por sus semejantes; algo temerario, ridículo, "como mi jacinto, mi esposo quiero decir, Bonthroop: eso es: un barco de juguete en el Serpentine, el éxtasis..., el éxtasis es lo que importa". 






Y no es como si no fuese a hacer nada más y dedicarme a la vida contemplativa, QUE YA ME GUSTARÍA, YA. Pero sí voy a obligarme a bajar un pelín el nivel de hiperactividad. Intentar que mi mente tenga una percepción más amplia de todo lo simple. Suena un poco hippie, pero ye lo que hay.

1 comentario:

blues dijo...

viva la vida contemplativa! (aunque suene hippie... si si, lo se.. aixxx)
a mi siempre me ha tirado bastante, y ahora con las dos fieras salvajes en casa no me hace falta proponerme saliditas que ya me lo recuerdan ellos!!
por cierto, qué casita más chula que te está quedando!